Di Marco está alojada en el complejo penitenciario 1 de San Luis. Está de novia y llama a sus hijos.
Después de una frenética búsqueda, el cuerpo de la Florencia Di Marco (12) fue encontrado en un arroyo de Saladillo, un tranquilo pueblo ubicado a 5 kilómetros de San Luis. La niña mendocina había sido abusada y estrangulada. El caso produjo una explosión en el pueblito puntano y la violenta onda expansiva llegó a Mendoza, conmocionando sobre todo al Este provincial: Flor había nacido en Junín, donde vivían sus abuelos, y en Palmira había cursado buena parte de la escuela primaria.
Tres días después, el cuerpo de la niña fue enterrado en el cementerio municipal de San Martín. Los diarios registraron el momento en que Carina Di Marco (35), la madre, lloraba junto al cajón, aferrando en sus manos una flor anaranjada. Casi al mismo tiempo, su pareja Lucas Matías Gómez (32) era detenida en San Luis. En ese momento sus rostros eran conocidos por todos: habían estado en los canales y en los diarios de ambas provincias: ella llorando, amamantando a su bebé recién nacido, pidiendo que Flor apareciera; él abrazándola, consolándola, con la mirada perdida detrás de unos lentes de montura metálica. Los dos juntos, representando una farsa que duraría muy poco. Videos, cartas, docentes “distraídos”, suicidios y condenas, forman parte de este crimen que ocurrió hace ya tres años.
Cómplices. Carina y Gómez, cuando pedían por la aparición de Flor. | Archivo / Los Andes“Fue un caso terrible y tiene un antecedente poco común: una madre condenada por abuso sexual por ser partícipe necesaria del delito. Hace poco pidió verme. No la conocía a Carina Di Marco. Es una persona de bajo perfil, introvertida. La noté deprimida. Creo que alguna vez la vino a ver un hermano. Ella está buscando hacer alguna actividad en los talleres de penal”, detalló a Los Andes Laura Molino, la jueza de Ejecución Penal de la vecina provincia que la tiene bajo su órbita.
Habla con sus hijos y tiene nueva parejaSi bien no recibe visitas habitualmente, Carina habla regularmente por teléfono con sus tres hijos que viven en Mendoza en la casa de su concuñada, quien se niega a llevarlos al penal puntano pese a los pedidos de la reclusa.
Por otra parte, Di Marco tiene una nueva pareja. Se trata de un hombre que conoció en el penal y que ya ha recuperado la libertad por lo que, dadas las condiciones dispuestas en las cárceles por el coronavirus, no la está visitando.
Judicialmente, el caso tuvo su último capítulo en febrero pasado, cuando la Corte de San Luis confirmó la pena de 18 años que Carina cumple en el Complejo Penitenciario 1, en la ciudad de San Luis, por ser partícipe necesaria en el delito de abuso sexual agravado por el aprovechamiento de la convivencia preexistente por omisión. La madre de Flor pasa sus días en la Unidad de Mujeres, que tiene una población de unas 30 internas, integrando un reducido subgrupo de reclusas que purgan condenas por haber dado muerte a hijos pequeños o participado en ella.
“El fallo dice, entre otras, cosas que una mujer que no ha cuidado a sus hijos, no puede alegar nada a su favor”, dice la jueza Molino. En efecto, la Corte puntana sostuvo que “defraudó su rol de madre, en el caso del vínculo madre-hija, en desmedro del halo natural que debe existir. Ella era la persona más importante para (Florencia) y defraudó ese rol”.
“La participación necesaria de la imputada Di Marco consistió en omitir intencionalmente (pudiendo hacerlo) tomar los recaudos necesarios para interrumpir el accionar delictivo de su pareja, de los que tenía efectivo conocimiento, y de esta manera le facilitó la comisión de los abusos sexuales de su hija: no escuchó a su hija, y no escuchó a su maestra cuando ésta le advirtió sobre los hechos”, advierte el fallo de Casación.
Y completa: “La colaboración necesaria para que los mismos pudieran perpetrarse se materializó a través de los incumplimientos reiterados a su deber de protección respecto de su hija, que tuvieron como consecuencia que se mantuviera la situación de vulnerabilidad de la niña y que se pudieran reiterar los hechos de abuso sexual”.
Macabro hallazgoEn 2008, dos años después de que naciera Flor, su mamá conoció a Lucas Matías Gómez, un joven que trabajaba con su padre en un negocio de golosinas de Palmira. La pareja tuvo dos hijos y, cuando ella estaba embarazada del tercero en 2016, partieron para San Luis, buscando mejores horizontes económicos.
En lunes 19 marzo de 2017, Carina se internó en un hospital puntano y dio a luz a su cuarto hijo, el tercero con Gómez. Por esos días, el hombre quedó a cargo de los chicos. El miércoles 22 por la tarde, Gómez fue a la comisaría y denunció que había dejado a Florencia en la puerta de la escuela y que, cuando fue buscarla, las maestras le dijeron que nunca había entrado.
La jueza Virginia Palacios abrió una investigación por averiguación paradero y Gómez, desde el comienzo, se ubicó primero en la lista de sospechosos, mientras la Policía hacía operativos de rastrillaje por distintas partes de San Luis y la madre de Flor agradecía el esfuerzo por Facebook.
El jueves 22, una mujer llamó a Carina luego de encontrar la mochila de la nena y, adentro, útiles y un número de teléfono. Ese mismo día apareció el cuerpo en el arroyo. Estaba vestida sólo con una campera deportiva azul y en uno de sus pies, una media.
Ricardo Torres, el forense del caso, determinó que había sido estrangulada y violada. Pero además encontró signos de que Flor era sometida a abusos sexuales desde hacía mucho tiempo. “Las muertes por estrangulamiento no son comunes. Hacía años que no veía un caso así”, dijo el médico tras la pericia. En cuanto a los abusos reiterados, afirmó: “Es probable que haya sufrido un verdadero calvario”.
En ese momento la investigación se abrió: la jueza Palacios sumó a sus sospechas una prueba contundente: el registro de las cámaras de seguridad donde se podía ver el Renault Megane de Gómez en la madrugada, camino a Saladillo. Tres pescadores lo vieron por la zona del dique y, de casualidad, el intendente de Saladillo vio el Megane cuando miraba la nada desde la ventana de su casa.
Días después, un análisis de ADN dio positivo: se encontraron rastros genéticos del hombre en el cuerpo de la pequeña víctima.
Tres cartas y un suicidioTres cartas dejó Gómez, el 11 de mayo de 2017, a modo de confesión, antes de ahorcarse en una celda del penal de Pampa de las Salinas, ubicado a unos 210 kilómetros al norte de San Luis. Una nota estaba destinada a sus hijos, otra a su madre y otra a su pareja, Carina. En esta última dio su versión del crimen: “Dijo que no había matado a Florencia sino que ella se había suicidado en su habitación. Que él entró en un estado de desesperación porque pensó que le iban a echar la culpa, que entonces entró a tomar y a drogarse y después tomó la determinación de arrojarla donde finalmente la encontraron”, detallaría Sebastián Filippi, el juez que investigó el suicidio.
Así fue como Gómez evitó una condena a perpetua, pues estaba imputado por “abuso sexual con acceso carnal, doblemente agravado por la calidad de guardador y el aprovechamiento de la situación de convivencia” y también por “homicidio agravado criminis causa, por perpetrarse con alevosía y mediar circunstancias de violencia de género”.
La investigación tuvo un cierre judicial el 22 de abril de 2019, cuando Carina Di Marco fue condenada a 18 años de cárcel como partícipe necesaria del macabro crimen. “Que se haga justicia”, fueron las palabras que dijo antes de escuchar el veredicto.
Durante el debate, Carina negó ser cómplice de los abusos, dijo que Gómez nunca golpeó a la niña y aseguró no saber ni sospechar que Florencia era agredida sexualmente. “Si hubiera sabido algo, mi hija estaría acá y no en un cajón”, dijo, llorando. Los jueces no le creyeron.
Fuente: Oscar Guillén – L A