Era un atardecer de abril. Yo salía de un humilde taller de serigrafía que sosteníamos con algunos amigos en la calle Alberdi de San José, a metros de la plazoleta del Indio. Tenía que tomar un micro para volver a casa. Nada mejor para eso que la terminal de ómnibus. En la esquina de Alberdi y Bandera de los Andes me detuve.
Lo que veía era un paisaje especial: las montañas eran azules; el cielo mostraba un degradé de colores que iban del azul intenso en el Este hasta un estallido de naranjas y rojos allá donde el sol moría a mordiscones de cerros. Los árboles del lugar estaban amarilleando y andaba en el aire algo especial que, de haber tenido a García Lorca cerca, seguro hubiera escuchado: “Pues que son los duendes, chaval”.
Entonces, yo, que había vivido el otoño en otros lugares del país, me dije: “No es lo mismo el otoño en Mendoza”, y me fui en el micro con esa frase hasta llegar a mi casa de la Cuarta donde la transformé en poesía. El manuscrito salió sin tachones, sin errores, como si me la hubieran dictado. Después Damián Sánchez le puso música y así nació la canción que se ha hecho casi un himno provincial.
Sin embargo sé que algunos observadores críticos pueden decirme: “Pará la mano, macho, que no todo es poesía, ternura, y franeleo al atardecer. También el otoño tiene sus dificultades”. Es cierto, y tal vez por eso, contradiciendo aún mi propia canción, es que escribí una poesía mirándolo al otoño del otro lado, del lado de los inconvenientes, que los tiene y no son pocos.
Dice así:
“Después de un verano abundante en fiestas/ otoño ha llegado a nuestra Mendoza,/ la estación ansiada por el viejo Adán/ porque en ella a Eva se la caía la hoja./ El otoño ha llegado y con él el Pocho/ cantando la misma tonada otoñosa,/ aquella que un día de un lejano otoño/ perpetrara impune con el otro Sosa./Con su mano suave pintará ictericia/ sobre la arboleda esbelta y frondosa,/ amarillo todo se verá el paisaje,/ como mayonesa untando las cosas./ Y caerán las hojas pa´ colmo de males/ llenando de bronca los municipales/ empleados que barren calles y baldosas./ Hojarasca seca que armará montañas/ para que un fueguito queme sus entrañas/ y para que la gente entre el humo tosa./ Caerán las hojitas dentro de la acequia/ arriba de envases de antiguas gaseosas/ y armarán tapones de mil proporciones/ diques esquineros que el agua amontona./ Crecerán de a poco las inundaciones/ como si esto fuera el Chaco o Formosa,/ volverán mojados dignos pantalones/ y los dos zapatos como dos canoas./ Tornará la era de la indecisión/ al clima desértico de faz montañosa,/ donde por la tarde te inunda el calor/ y por la mañana el frío te acosa./ Mientras los mosquitos, de vuelo cercano,/ de doble pechuga y alas poderosas, / sin darle pelota al fin del verano/ seguirán picando las pieles sedosas./ Otoño ha llegado seco por un lado/ por otro vacío de las tenues hojas/ tan seco y vacío como los bolsillos/ de los laburantes de nuestra Mendoza.
Jorge Sosa – Los Andes
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